El ocaso de la insurgencia en Colima

El Veladero

Abelardo Ahumada

El domingo 27 de septiembre del 2009, fue una fecha en la que se tendría que haber celebrado, pero no se celebró, el 188 aniversario de la fecha en que el Ejército Trigarante entró triunfal a la ciudad de México y se dio por concluida la Guerra de la Independencia. Razón por la que se nos presenta hoy un buen motivo para comentar un poco acerca de los últimos insurgentes colimotes y de lo que sucedió después.
Mientras no salgan a la luz algunos documentos que demuestren lo contrario, se puede afirmar que 1814 fue el año cuando se verificó la suspensión casi total del movimiento independentista en prácticamente todo lo que hoy son los estados de Jalisco, Nayarit y Colima, y muy en concreto en toda la región aledaña a los volcanes de Colima.
Meses antes, por ejemplo, ya habían muerto, desertado o simplemente desaparecido de escena Miguel El Lego Gallaga, José Calixto Martínez alias Cadenas, José Antonio El Amo Torres, Rafael Arteaga, Ignacio Sandoval, Francisco Guzmán y otros cabecillas que estuvieron operando en el rumbo y sólo quedaban con cierta presencia en el área, el guerrillero tamazulense Gordiano Guzmán y los guerrilleros colimotes Pedro y Manuel Regalado Llamas, cuyas guaridas predilectas estaban por el rumbo de Coalcomán, Michoacán.
Pero la mala suerte de Los Regalado comenzó en diciembre de 1813. Ese mes, a mediados, ya tenían decidido que habrían de atacar a los realistas de Colima en cuanto se les presentara la primera oportunidad, y hacia allá, con un rodeo, se dirigieron a finales del mes. Pero en la mañana del último día del año, cuando iban cruzando el río Naranjo “con 180 malvados” – dice un informe militar del 1º de enero de 1814 -, para marchar después hacia Tonila, fueron vistos por el teniente Mariano Díaz, quien con una parte de la División realista de Colima estaba de paso en la hacienda de La Huerta, en terrenos del actual municipio de Cuauhtémoc, y los comenzó a seguir. No sin antes mandar un correo a matacaballo, al capitán de Tonila don Juan Milanés, para que los distrajese mientras la división llegaba. Hecho que se consumó, atrapando al grupo de Los Regalado entre dos fuegos. De tal modo que, después de una hora de intenso combate, tuvieron que huir ellos y sus hombres por las barrancas a pie, dejando en su retirada “ensillados ciento veinte tantos caballos y mulas, todo su arroz y robos, dos cajones que tenían varias taleguitas con pólvora y 27 muertos”. Habiendo acontecido también que Pedro y Manuel Regalado “perdieron sus caballos con sus sillas, bridas, chaquetas, sombreros y demás ropa”, sin que los realistas tuvieran “la más leve novedad”.1
Por la desastrosa derrota cada uno de los guerrilleros huyó como pudo para salvar su pellejo, pero ya no fueron todos los que regresaron a su refugio en Coalcomán, en donde Los Regalado fueron nuevamente localizados por un espía realista, y capturados Pedro y Manuel, y el secretario del primero, por un destacamento enemigo y traídos a Colima en los primeros de marzo de 1814.
Ya en Colima fueron fusilados los tres el día 14, en plena Plaza Real (hoy jardín Libertad). He aquí la nota de defunción que describe la muerte del último cabecilla que sostuvo el movimiento en Colima: “En el año del Señor de 1814, a los 14 días de marzo: Yo el Presbítero D. Joaquín Ortega, Teniente de Cura de este partido; en esta Parroquia [de San Felipe de Jesús] en tramo cuarto con cruz baja, cuyos documentos de fábrica son los de treinta reales, di eclesiástica sepultura al Cuerpo de Pedro Regalado Llamas, Español adulto de esta Villa [de Colima]: fue administrado de todos los sacramentos y pasado por las armas, dejando viuda a Da. Petra Covarrubias. Y porque conste lo firmé. José Miguel Ceballos (y) Joaquín Ortega”.2 (Cura y capellán de Colima).
Con la captura y muerte de Los Regalado, el movimiento independentista en Colima cesó por completo pero algunos de sus subordinados y otros colimenses que andaban en la refriega se quedaron en la zona montañosa entre Xilotlán, Coalcomán y Coahuyana bajo las órdenes de los curas José Antonio Díaz (ex párroco de San Francisco de Almoloyan), José Sixto Verduzco y aún el mismísimo José María Morelos, con el que acabó reportándose también el tamazulense Gordiano Guzmán.
En Xilotlán, en efecto, seguía desplegando cierta actividad el padre José Antonio Díaz. El cual, hallándose al parecer enfermo de los riñones, fungía como gobernador de la región y seguía coordinando “la fabricación de armas, principalmente lanzas y machetes, y de pólvora, valiéndose con seguridad de la experiencia de los mineros de la zona”.3
En ese año memorable, al padre Díaz todavía le tocó, puede decirse, uno de sus más grandes momentos de gloria terrenal, puesto que se le comisionó para predicar “el sermón de la jura de la Constitución” de Apatzingán.4 Misma que fue promulgada el 22 de octubre de 1814.
Pero su actividad como insurgente concluyó abruptamente el 17 de diciembre inmediato, pues lo capturaron los realistas en una barranquilla muy cerca de su curato de Xilotlán. Curato que sigue perteneciendo a la diócesis de Colima.
Después de su captura se le promovió un juicio inicial en Zamora, pero como era un sacerdote con amplios reconocimientos, en vez de fusilarlo se le trasladó a Guadalajara, donde lo tuvieron preso casi durante cuatro años más antes de condenarlo al destierro a Las Filipinas.
Por ser muy valiosas para conocer un poco más de su biografía resumo aquí algunas partes de su declaración hecha el 16 de febrero de 1815: “Dijo: ser natural de Zapotlán el Grande, tener edad de sesenta y dos años, de estado sacerdote y domiciliario de este obispado”; que fue en Colima donde se enteró, en los últimos de octubre de 1810, de las novedades que había en torno al movimiento de Hidalgo en Dolores, por boca “del Padre Villaseñor y del Cura Monroy” y por unas cartas que llegaron al parecer del mismo pueblo de Dolores.
Explicó también que fue compañero de Hidalgo en el Colegio de Valladolid y más tarde co-catedrático. Aparte de que Hidalgo “le sucedió en el [vicerrectorado] del Colegio, pues el que declara se retiró a su tierra a recabar la herencia de una capellanía”.
Posteriormente, pero en ese mismo 1815, fue capturado Morelos y fusilado el 22 de diciembre. Por lo que el movimiento en muchas parte, incluido Colima, languideció aún más. Debiendo algunos de los guerrilleros locales buscar la amnistía y guardar posterior silencio, o irse a poner a las órdenes de don Vicente Guerrero, como ocurrió con el capitán colimote Ramón Brizuela, quien se trasladó hasta el pueblo de Tixtla, para esos efectos.
En Colima, con su economía destruida por casi cuatro años completos de guerra y enfrentamientos, hubo una especie de tregua tácita entre insurgentes y realistas que ya no volvió a romperse, pese a que se mantenían las mismas injustas condiciones sociales, sobre todo respecto a los indios. Pero para completar el cuadro de desolación que se vivía, hubo dos grandes y destructivas intervenciones de la naturaleza que acentuaron las penurias de los colimotes: la primera fue el maremoto del 13 de noviembre de 1816. Del que nos legó su particular testimonio un párroco de Tecomán: “El día 13 de noviembre de 1816, a las dos de la mañana, salió el mar con tanta prosperidad y fiereza que traía el alto de 60 codos (…) Y el agua destruyó todas las trojes de sal, quedando arruinados y llenos de arena todos los salitres; con lo que han cesado los arriendos de los pozos (de donde se sacaba la sal)”.
Este maremoto destruyó casi la totalidad de las salinas de la costa colimota y, por ende, la base más fuerte entonces de la economía de sus pueblos y su cabecera.
La segunda intervención de la naturaleza se suscitó la madrugada del día 31 de mayo de 1818, cuando se dejó sentir un fortísimo terremoto que provocó una devastación tan extensa que abarcó desde la caída de las torres de la catedral metropolitana, en Guadalajara, hasta el derrumbe de las nuevas bodegas de sal de los pueblos salineros de Colima, en las orillas del mar. Y que de pasada terminó por destruir muchísimas casas, ranchos, iglesias y el templo del ex convento de San Francisco de Almoloyan, Colima, que en nuestra región fue el foco de la insurrección.
Casi tres años y medio tuvieron que pasar después para que Iturbide, tras de la promulgación del Plan de Iguala, diera fin a esas guerras y se consumara la Independencia.

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1 Sánchez Díaz, p. 24, citando el Archivo General de la Nación, Operaciones de Guerra, Vol. 150, exp. 7, ff. 11-12.
2 Acta de Defunción del Patriota Colimense Pedro Regalado Llamas, está en el Libro de Defunciones No. 13 (1811 – 1816). Fojas 73 fte., de la Parroquia de San Felipe de Jesús. Apareció publicada en la revista Histórica, # 16, SCEH, Colima, septiembre de 2000, contraportada adentro.
3 Reyes Garza, La Antigua Provincia de Colima, p. 320.
4 Ibidem, p. 26-27.
5 Ibid., p. 40.


















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